Muchas personas han oído hablar del greenwashing. Sin embargo, las definiciones y las prácticas relacionadas con este término siguen siendo poco claras. Por eso, hemos decidido analizar este fenómeno y nos planteamos cuál es su repercusión para los inversores.

En pocas palabras, el greenwashing es la acción mediante la cual una empresa exagera deliberadamente sus credenciales ecológicas. Y, por desgracia, se trata de algo habitual en el panorama empresarial actual. Quizás sea comprensible, ya que la sostenibilidad se ha convertido en un gran negocio, y las compañías están sometidas a una presión creciente para comunicar su historial medioambiental a un público cada vez más exigente. Sin embargo, para los inversores centrados en cuestiones medioambientales, sociales y de gobernanza (ESG), determinar la calidad de la información corporativa relacionada con la sostenibilidad puede ser un serio desafío.

Según el Governance and Accountability Institute, se estima que el 90 % de las empresas que componen el índice Fortune 500 realizan ya algún tipo de informe de sostenibilidad. La situación es similar en Europa. A pesar de ello, en un discurso pronunciado en 2019, Hans Hoogervorst, presidente del Consejo de Normas Internacionales de Contabilidad, afirmó que es poco probable que el aumento de los informes haga que las empresas se esfuercen por ser más ecológicas. "No debemos esperar que los informes de sostenibilidad sean muy eficaces para inducir a las empresas a priorizar el planeta sobre los beneficios", dijo. "El greenwashing está muy extendido".

El auge de los factores ESG

Hace 10 años solo unos pocos inversores prestaban atención a los informes de sostenibilidad. Sin embargo, la inversión en materia ESG se ha ido incorporando progresivamente, y cada vez son más los que tienen en cuenta las consideraciones medioambientales en sus decisiones de inversión.

El coronavirus ha acelerado esta tendencia. Entre abril y junio de 2020, la inversión ESG atrajo flujos netos de 71.100 millones de dólares a nivel mundial, según Morningstar. Esto hizo que los activos gestionados superaran el billón de dólares. En Reino Unido, los flujos entre abril y julio superaron los flujos combinados de los cinco años anteriores, según la red de transacciones Calastone.

Otro factor que eleva la presión es que los inversores son cada vez más conscientes de que el establecimiento y el cumplimiento de objetivos ambiciosos en materia de medioambiente suele ser un indicio de una empresa bien gestionada. De hecho, si una compañía consigue reducir su consumo de energía manteniendo o incluso aumentando la producción, eso beneficia directamente a los accionistas. Reducir las emisiones de carbono no es solo salvar el planeta. Más bien, suele ser un indicador de buena gestión. Esto, a su vez, puede aportar un verdadero valor añadido a la calidad de una inversión.

Sin embargo, a pesar de todos los informes de sostenibilidad que se elaboran hoy en día, muchos inversores se sienten incapaces de conocer el verdadero nivel de sostenibilidad de una determinada entidad. Uno de los problemas radica en que las sociedades tienen que informar a un amplio grupo de partes interesadas. Entre ellos están los empleados, las organizaciones no gubernamentales, los clientes y los reguladores. El resultado es un amplio abanico de información, gran parte de la cual es poco relevante para los inversores centrados en los factores ESG.

Un segundo problema, relacionado con el anterior, es que los informes de sostenibilidad han evolucionado de forma fragmentada. Esto ha creado un mosaico de información que deja a las empresas un amplio margen de actuación y crea confusión para los inversores. Como afirma la consultora McKinsey: "Estos marcos y normas permiten a las empresas una considerable libertad para elegir sus comunicaciones sobre sostenibilidad". Y añade: "Los inversores afirman que no pueden utilizar fácilmente la información sobre sostenibilidad de las empresas para tomar decisiones de inversión y asesorar con precisión".

¿Cómo podemos abordar el problema?

Teniendo en cuenta lo anterior, ¿cuáles son las estrategias más eficaces para hacer frente al greenwashing? La respuesta corta es que se necesita mucho trabajo y análisis. La evaluación e interrogación continuas son la clave.

Por supuesto, existen diferentes estándares. Sin embargo, el análisis de los datos resultantes proporciona una garantía importante. De hecho, hoy en día es más difícil que una empresa presente opiniones cualitativas de alto nivel que no estén respaldadas por medidas cuantitativas para mostrar cuál es su huella de carbono. Este es un gran cambio.

También es importante observar hasta qué punto una empresa institucionaliza la sostenibilidad. Por ejemplo, ¿establece la supervisión por parte del consejo de administración de las cuestiones ecológicas? ¿Vincula la remuneración de los ejecutivos a la reducción de las emisiones de carbono?

En cuanto al análisis contra el greenwashing, seguir invirtiendo en una empresa y tener la capacidad de hacer preguntas a la dirección puede ayudar a desvelar la realidad que hay detrás de las cifras. Un ejemplo es el de una empresa que siempre cumple sus objetivos de sostenibilidad frente a otra que apenas los alcanza. La primera puede estar fijando objetivos poco ambiciosos, mientras que la segunda podría estar esforzándose cada vez más.

Por eso, creemos que las visitas a las empresas son el aspecto más importante de una buena estrategia contra el greenwashing. Los datos de sostenibilidad son una herramienta útil para conocer el historial de una sociedad. Sin embargo, la imagen completa es a veces más compleja. Solo si se habla con las personas clave dentro de una compañía se puede entender realmente cómo la empresa está mitigando sus riesgos ESG más importantes.


Publicado el 9 de junio de 2021

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